
Espacios de una secuencia es una invitación a las entrañas de un escenario. Exposición de Ulla von Brandenburg en el Palacio de Velázquez de Madrid.
Telas flotantes, atrezo y cortometrajes conforman esta propuesta de Ulla von Brandenburg, que ha traído sus reflexiones sobre el espacio teatral al Palacio de Velázquez en una instalación inédita.
La muestra plantea una alteración del papel tradicionalmente otorgado al público —relegado a un asiento mientras observa acciones ajenas—, aquí convertido en protagonista de la acción, y en testigo de la de otros.
En esta ocasión, la artista no ha optado por los grandes cortinajes presentes en gran parte de su obra, eligiendo en su lugar telones lisos y livianos que, bajo la tenue luz de la sala blanca, producen un ambiente íntimo que invita a la introspección. Junto a ellos, y como si alguien los hubiese ido dejando con descuido mientras caminaba, objetos de utilería se encuentran esparcidos por el suelo. Son de un tamaño monumental que llega a resultar cómico, pero que ayudan al visitante a ubicarse en el lugar en el que está. En particular, la gran caja de altura humana es el objeto que más personas reúne a su alrededor en un intento por descubrir lo que se encuentra en su interior, ejemplificando el interés de la artista por fomentar la curiosidad del visitante.
Sobre las paredes, tres filmes en blanco y negro proyectan escenas de formas de espectáculo ya en desuso: un teatro de sombras, acrobacias circenses y objetos sometidos a trucajes que remiten a las experimentaciones del cine mudo con propuestas como las de Segundo de Chomón. Su contraste con los paneles lisos difumina la temporalidad, haciendo convivir en un mismo espacio lenguajes artísticos que en un principio podrían resultar incompatibles, pero que son un cuestionamiento más de las convenciones que von Brandenburg lleva a cabo en su obra.
Las películas, con la insinuación de las sombras, la jovialidad del circo y los elementos que parecen ser movidos por una fuerza invisible, aluden a un sentido de lo lúdico y lo misterioso que recorre todo el montaje.

Esta exhibición es una oportunidad de habitar dentro de un escenario en el que ni siquiera el visitante sabe qué papel va a interpretar. Mediante extensas telas que delimitan espacios semicerrados se induce una intriga que lleva al nuevo miembro del elenco a adentrarse para investigar qué hay al otro lado.
Las vívidas tonalidades se entienden a través de las teorías de la psicología del color con las que la artista acota pequeños estados de emoción, añadiendo más capas sensoriales a la experiencia. Por su forma y configuración, se requieren movimientos diversos para poder acceder a estas secuencias, forzando posturas que no se dan en situaciones convencionales y que llevan a una obligada consideración de la manera en la que transitamos los espacios, siempre de forma automática. Precisamente, la depuración de las formas y de la carga matérica produce un ritmo que profundiza en esta búsqueda de un espacio meditativo. Además, la disposición no jerarquizada de los elementos permite que cada persona cree su propio recorrido y, por tanto, su propia obra, dando paso a múltiples escenas únicas y simultáneas; obras dentro de una obra de las que todos son partícipes y observadores. Así, el lugar transitado es activado por la presencia de las personas en una relación en la que una parte no tiene sentido sin la otra.
En medio del desasosiego de la ciudad, esta propuesta ofrece un pequeño refugio de reflexión. Personas deambulando, mirando al techo, hablando entre ellos e incluso por teléfono, sentados en las sillas (para ver los vídeos, descansar, o ambos), haciendo fotografías, grabando un audio de WhatsApp… son algunas de las tramas de las que fui testigo durante mi visita; acciones «involuntarias» y únicas que hacen de cada visita una experiencia particular de la que se puede ser partícipe hasta el 10 de marzo en el Palacio de Velázquez.
Lucía Xiarong Forjanes Pérez