
Fundación Mapfre permite disfrutar actualmente de la exposición del fotógrafo sueco ChristerStrömholm (1918-2002).
La muestra se ha inaugurado a el 2 de febrero y podrá visitarse hasta el próximo 5 de mayo junto con la exposición ‘‘Marc Chagall: un grito de libertad’’. Una apuesta arriesgada, pero segura.
La muestra se inaugura el 2 de febrero pudiéndose presenciar hasta el próximo 5 de mayo junto con la exposición ‘‘Marc Chagall: un grito de libertad’’. Una apuesta arriesgada, pero segura. La Fundación Mapfre expone en los últimos tiempos a una serie de fotógrafos desconocidos para el público general, hecho que podría ahuyentar a los espectadores de este tipo de muestras.

Es mediante la creación de líneas discursivas entre las obras y la actualidad como consigue captar la atención. En este caso, como la mayoría de los museos, lanza un mensaje de paz y tolerancia frente a la situación convulsa de tensiones, guerras y conflictos que se producen en diversas zonas de nuestro planeta. Esto lo consigue no únicamente a través de la obra de Strömholm, sino también mediante la exposición que presenta de Chagall, como hace referencia Meret Meyer, co-comisaria de la exposición del pintor: ‘‘Estos dos artistas tienen pasados y orígenes distintos, pero han luchado por los mismos valores’’.
Un discurso sencillo, correcto y poco arriesgado siendo fácil de comprender para acercarnos un poco más a la figura del fotógrafo. Un orden cronológico y lineal que comienza con una pequeña introducción biográfica aproximándose a un estilo fotográfico muy personal. Esta parte de la exposición se sitúa en la planta principal donde además de algunas de sus fotografías se observa también un cortometraje que consigue enseñar su lado más íntimo. La segunda parte de la exposición, ubicada en la parte inferior, es en la que reside la fuerza de la exposición. Traza un recorrido en el que incide especialmente en su relación con España durante la Guerra Civil y la posguerra mostrando el sufrimiento y el dolor de personajes anónimos.
Una visión especial en torno al tema de la muerte que oscila entre lo simbólico y lo explícito, consecuencia del suicidio de su padre cuando él tan solo tenía 16 años. Una vida vacía de colorido, representada a través de imágenes en blanco y negro con la que muestra su forma de percibir el mundo. Un artista implicado en la realidad social del momento, aunque como indica Estelle af Malmborg (comisaria de la exposición): ‘‘Tenía un interés político, pero, sobre todo, quería luchar contra las injusticias’’. Expresa la crueldad del mundo de una manera totalmente subjetiva en la que los personajes cobran vida para mostrar una cotidianeidad que a medida que se avanza resulta más desgarradora.
Temas como la incomprensión social y la angustia personal se apoderan de sus composiciones. Algunos de los proyectos más importantes de su carrera son Fotoform o Poste Restante que le permitieron publicar sus fotografías y le catapultaron a la fama. Realiza también unas maravillosas fotografías a personajes de gran prestigio nacional e internacional como Marcel Duchamp, Antoni Tàpies o Eduardo Chillida. Sin embargo, la sala que resalta entre el resto es donde se muestra la serie Le place blanche, la cual la comisaria define como magnífica. Se trata de una serie donde se muestran imágenes de transexuales que se veían obligadas a trabajar en la noche parisina debido a su condición personal.

Puede parecer contradictorio e irrelevante en comparación con el resto de fotografías, sin embargo, observando esta sala desde un punto de vista mucho más emocional y personal se llega a comprender su importancia. Son personajes marginados e incomprendidos a nivel social, motivo por el cual Strömholm empatizaba con ellas. Vio en su particular situación a sí mismo reflejado, un lugar en el que sentirse seguro dándose cuenta de que no era el único que se encontraba en esa situación. Un punto de inflexión tanto a nivel artístico como personal. Mujeres retratadas en su ámbito intimista que a diferencia del resto de la sociedad no trataba de denigrarlas, sino de dignificarlas dándolas unos nombres y una cara. Personajes que al igual que él, se encontraban perdidos y que le ayudaron a encontrarse dándole una identidad propia. Encomiable el atrevimiento de la fundación de darle voz a un fotógrafo con un mensaje tan profundo. Apuestan por un personaje que no vende entradas con su nombre, sino que cautiva con sus imágenes, a diferencia de la mayoría de las exposiciones que encontramos hoy en día.
El discurso a pesar de ser sencillo funciona a la perfección, ya que camina de la mano de las fotografías que reflejan a la perfección la belleza del sufrimiento y el horror de lo cotidiano. Un acierto que invita a la reflexión una vez que se abandona la exposición invitando a cada uno de nosotros a mejorar el mundo y luchar contra las injusticias.
Alejandro Bellanco Guerrero