
Alejandro Bellanco Guerrero
La exposición Picasso 1906: la gran transformación se puede visitar en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS).
Hasta el próximo 4 de marzo de 2024 para dar por finalizado el año Picasso.
Es el 50 aniversario de la muerte del pintor malagueño y es algo que se nota en el ambiente. Entradas agotadas, salas abarrotadas y ningún tipo de reparo por parte del museo para hacer llegar la exposición algunas de las obras más importantes del maestro cubista. La última gran cita del año Picasso tiene como punto de encuentro el Reina Sofía, año en el que museos como Thyssen, Guggenheim o MoMA, entre otros muchos, le han dedicado grandes exposiciones. Este año tan solo en Madrid se ha explorado su faceta de escultor, sus primeros y sus últimos pasos, su relación con grandes artistas de la historia e incluso su conexión con la moda y con Coco Chanel. Parece ser que el mundo del arte se ha detenido durante un año para conmemorar una de las mentes más brillantes del S.XX. No es para menos, en las catacumbas de las ideas picassiana aun subyacen miles de conceptos deseosos de salir a la luz. La inabarcable carrera de un genio como él es como una gran mina de petróleo, repleta de riqueza e inagotable de momento. Es una naranja a la que aún le queda mucho por exprimir para hacer uno de los manjares más dulces posibles.
El término exposición resulta ineficaz para definir la magnitud de una muestra que debería recibir más dignamente el título de homenaje. Homenaje a un artista que levantaba y sigue levantando pasiones, homenaje a una vida dedicada al arte, homenaje a las vanguardias, pero, sobre todo, homenaje a Picasso y sus primeros pasos en el mundo del arte. Eugenio Carmona (comisario de la exposición) permite que nos acerquemos a explorar de una manera novedosa una época que resulta lejana. Es un broche de oro, la guinda del pastel de un año que ha sido inolvidable. Breve pero intensa, deja con ganas de más, pero es que Picasso siempre deja con ganas de más. El recorrido invita a descubrir, mejor dicho, redescubrir la obra del pintor desde un nuevo punto de vista generando un momento de inflexión no solamente en los cuadros del artista español sino también de la propia Historia del Arte.

La presencia de Pablo Picasso en una exposición confirma la calidad de la misma. Nombre indicativo de gran calidad y de realidades descompuestas, siendo lo que el espectador espera encontrarse desde el primer momento. Para su sorpresa, no resulta así, decide apostar por una sala inaugural en la que se muestran sus primeros pasos. Un acierto, siendo fundamental para comprender el cambio que se produjo más tarde estableciéndose comparaciones. Una exposición que se cocina a fuego lento, sin prisa, conocedora de que será capaz de hacer explotar los sentimientos como los mejores chefs saben que harán sentir al comensal cada uno de los sabores y aromas de sus platos.
La bacanal artística no se hace demorar, se presenta en la siguiente sala mediante una recopilación de obras de valor incalculable. La mirada divaga entre los objetos sin saber muy bien a cuál de todos ellos atender. Esculturas griegas, egipcias, medievales y africanas se dan cita además de con los cuadros de Picasso con otros artistas como El Greco, Corot o Cézanne. Diálogos y discusiones técnicas se establecen entre las pinturas del genio vanguardista mostrando las evidentes influencias que recibió durante sus años de formación. En este tipo de exposiciones la información ofrecida en ocasiones necesita marear al espectador con la intención de aparentar que los vínculos están bien establecidos. En este caso no es así, establece un discurso simple y ameno que resulta fácil de comprender. La exposición capta el interés incluso del visitante más inexperto en la materia ya que las relaciones se establecen por si solas. Ahí se encuentra la magia de la exposición, en la meticulosa selección de imágenes que permiten que el discurso narrativo se desarrolle prácticamente sin ayuda.
Conceptos complejos como el anacronismo de los tiempos se muestran al desnudo y sin tapujos a través de las figuras picassianas. Un nuevo Renacimiento no ya de la Antigüedad Clásica sino de todas las épocas posibles se condensan en la exposición a través de hilos argumentales muy bien establecidos. No teme en detenerse para explicar de forma detallada cada uno de los momentos clave en la vida del pintor. No se repite ni se alarga de manera innecesaria, no pasa de puntillas por ninguno de los temas. La exposición únicamente fluye de manera sosegada a través de una serie de imágenes que parecen avanzar al propio ritmo de la vida.

Una imagen vale más que mil palabras, una obra de Picasso equivale a toda la historia de la humanidad. Dice más a través de sus trazos que de sus conceptos, habla a través de la expresión de sus rostros y de su experiencia. Los hechos y las evidencias aborda aquello que al lenguaje le resulta incapaz de alcanzar debido a sus limitaciones. Las ideas vuelan libres al igual que las palomas de Picasso. Deambular entre las salas, detenerse en cada una de las piezas y admirarlas es lo único que se puede hacer ante semejante manantial de belleza que supera todas las expectativas posibles que se hubiesen creado previamente.
La lógica clásica de una representación mimética se pierde totalmente tras llegar a la segunda parte de la exposición. Nos situamos temporalmente en punto totalmente atemporal. Las ideas de Vasari o Winckelmann de una Historia del Arte cronológica se quedan en el pasillo que se atraviesa antes de reunirse con Fernande. Todas las imágenes se condesan, todo reside en la nada, en la propia esencia de cada una de las figuras. Semejantes pero distantes, distintas soluciones para el desarrollo de las mismas ideas. Se comprende el culmen de la transformación de sus pinturas, el objetivo conseguido que llevará al desarrollo de la próxima problemática en torno al espacio que desarrollará en los años siguientes con el cubismo. Fernande muestra a través de su rostro la capacidad intrínseca de su marido de canalizar la esencia única del retratado al mismo tiempo que de ser totalmente universal condensando en ella todo tipo de culturas y de temporalidades. Estoy seguro de que Picasso leyó La obra maestra desconocida (1831) de Honoré de Balzac, lectura obligatoria para cualquier amante del arte. Más seguro estoy aún de que comprendió al detalle cada una de las lecciones que el viejo maestro Frenhofer le daba a su alumno y que sus alumnos relatan de esta forma:
«Ha meditado profundamente sobre los colores, sobre la verdad absoluta de la línea; pero, a fuerza de búsquedas ha llegado a dudar del objeto mismo de su búsqueda. En sus momentos de desesperación, pretende que el dibujo no existe y que, con trazos, sólo se pueden representar figuras geométricas, lo cual está más allá de la verdad, puesto que con trazos y con negro, que no es un color, se puede hacer una figura; esto prueba que nuestro arte, como la naturaleza, está compuesto de una infinidad de elementos.´´
Picasso comprendió la idea y condensó en sus imágenes la infinidad de los tiempos, la infinidad de líneas y la infinidad de conceptos para crear lo que serían obras maestras universales. Esto solo se podía conseguir de una forma, mediante la realización de numerosos trabajos previos y estudios de sus composiciones, algo que hacía el creador de obras como el Guernica, al igual que Frenhofer. La exposición lleva a cabo un evidente esfuerzo por mostrar esta faceta del genio vanguardista a través de múltiples bocetos y cuadernos. Muestra su obsesión por la perfección en la cual todo debía estar sumamente milimetrado, no dejando nada a la suerte del azar.
En el momento en el que se piensa que la exposición es inmejorable y que ha conseguido hacer un gran recorrido, consigue sorprender de nuevo al espectador. En la última sala, ante una mirada atónita y una boca incapaz de articular ni una palabra se posiciona magnificente el Retrato de Gertrude Stein (Fig.1). Millones de sentimientos se liberan ante semejante maestría reflejada en una de las intelectuales más importantes del momento en la ciudad de las artes. El cuadro invita a detenerse, analizarla y apreciarla como aquello que es, una obra maestra de la Historia del Arte. El significado y la importancia de la exposición quedan aun más patentes cuando se trata uno de los temas más importantes en la carrera de Picasso, su relación con Gertrude Stein. En ese momento uno sabe que no se encuentra ante una exposición cualquiera. Es una muestra en la que se desarrolla un gran discurso en torno a grandes composiciones. Reune de manera sublime todos los elementos que se necesitan para que una exposición pase a vivir de por vida en el recuerdo de sus visitantes.
‘‘Tranquila, con el tiempo se acabará usted pareciendo’’. Esta es la frase que le dijo a Gertrude Stein cuando le dijo que no se parecía al retrato. Los grandes maestros, son incomprendidos en muchas ocasiones, pero su genialidad reside en saber dar una solución a cada uno de los problemas que se les presentan. Esta pintura al final acabó siendo el retrato favorito de Gertrude Stein, pareciéndose realmente al final de sus días. Se convirtió en un gran genio y Gertrude Stein pasó a la historia. Un final feliz.
El único fallo que se percibe en esta última sala y en la exposición es el hecho de que no se muestra ninguna obra de Henri Matisse a pesar de que si se le nombra en varias ocasiones en las cartelas. El otro gran genio de la época con el que estableció vínculos y desarrolló una gran rivalidad, es merecedor de poseer alguna pieza en el recorrido y más en esta ubicación concreta, ya que también estableció una gran relación con Gertrude Stein. Reproche que responde a la incomprensible necesidad del ser humano de encontrar fallos a aquello que roza la perfección.
Un cierre apoteósico para la exposición y aun más glorioso para el año Picasso. Año que pasará a la historia por el incontable número de exposiciones que se han realizado alrededor del mundo. Merece la pena visitar la exposición, no solo una, sino millones de veces. Infravaloramos la suerte que tenemos de poder gozar de semejante repertorio de obras en nuestro país de un artista como Pablo Picasso. La exposición es capaz de provocar furor a los amantes y no tan amantes del arte. Alcanza lo sublime y lo supera con creces incapaz de dejar insatisfecho a nadie. Un recorrido progresivo y detallado que no deja ningún hilo suelto al azar, tal y como hacía el mismo Picasso, sin lugar a duda uno de los mayores genios del S.XX y de la Historia del Arte.
Alejandro Bellanco Guerrero