
El arte es una de las creaciones más particulares del ser humano, tanto que no se limita a las cuatro paredes de una sala o un museo; o así me demostraron los alumnos de último curso de la Facultad de Bellas Artes de la UCM.
En esa aula se respiraban diferentes sensaciones, nervios, emoción, e incluso algo de confusión; pero, sobre todo, ganas de contar, de comprender y, sobre todo, de compartir sus proyectos y contagiar su ansia de contribución artística como profesionales emergentes y competentes. Cada cual contaba con su propia propuesta y visión en desarrollo, partiendo de un punto concreto que dibujaba un esquema conceptual con el que ampliar posibilidades y explotar y repensar los límites. Dicho esto, vamos a hacer un repaso por los diferentes proyectos.
Sara Pardo centra su propuesta en la experimentación matérica, intentando crear cristal desde cero para poder llevarlo a un formato mayor, como la cristalización de telas y jugar con la dualidad de un material frágil pero reflectante, lo visible y lo oculto.
Por otro lado, Candela Manchón centra su posición en las formas de habitar el espacio, construyendo una crítica hacia la dimensión política de habitar, y evitar solo transitar, el espacio público, cuya “habitabilidad pública” queda cada vez más reducida. Relacionando esta crisis del espacio con la situación actual de la propia Comunidad de Madrid, con el palpable problema de la vivienda, que Candela pone en relación con la supresión de espacios relacionales de ocio no ligados al consumo, si no, reducidos (antinaturalmente) al hecho de transitar. Ante ello, propone el uso del arma más poderosa del ser humano, la creación. En este caso, de mundos ideales, utópicos, como LeCorbusier, o el movimiento metabolista japonés. Aunque la palabra utópico genere rechazo en nuestra sociedad, es capital su importancia en cuanto a la esencialidad de escapar de los límites, plantear preguntas y soluciones mediante la exploración de posibilidades y alteración de cimientos consolidados, construyéndose como una forma de agitación del mundo.
En estrecha relación con la creación de espacios tenemos la obra de Andrea Alcázar, que conforma un universo muy concreto y personal con claras intenciones de apreciación no reducida a la unidireccionalidad. Afirma su visión personal del mundo como la fuente principal de la que beben sus composiciones, tan arácnidas y rosas, como inquietantes y llamativas. En su producción entra en juego la libertad rozando el automatismo psíquico; además de la interpretación libre de su propia producción, donde le acecha alguna pincelada de síndrome del impostor, ya que siente que al explicar algo estaría mintiendo.
Igualmente inquietante y llamativa es la obra de Juan Moreno, armónica y tranquila en un primer golpe de vista pero turbadora a la vez, como si algo no terminara de encajar en el conjunto. Una trilogía de pinturas esencialmente lúdica, a la vez tan colorida como surrealista, puesto que en cada obra hay elementos disruptivos de la armonía que proporciona la propia composición, como el cuchillo o la disparidad de edades en el juego, donde estos elementos funcionan también como disruptivos del propio sistema con reglas a seguir. Además, juega con iconografía de rigurosa actualidad, experimentación con la metaimagen y las posibilidades de identificación y reconocimiento.
Por último, cabe mencionar a Ixone Gil en consonancia con la preocupante puesta en peligro de la relación actual entre naturaleza y ser humano; esa relación inherentemente armónica que pende sobre un hilo. En sus obras encontramos un sentido nostálgico mezclado con imágenes difuminadas, evitando un estricto hiperrealismo que limite las posibilidades de análisis e identificación. Concretamente, le interesa realizar una especie de seguimiento del poso de esta primitiva y primordial relación en la actualidad, ofrece un espacio de reflexión a través de su propia interpretación y apreciación de lo natural cotidiano en el mundo.
A pesar de que cada uno partiera de un bagaje personal, todos y todas coincidían en la intención de universalidad comunicativa del mensaje, ya fuera mediante su intención de conexión con el espectador para completar el fin útimo de su obra o por el reflejo de problemáticas de carácter universal, como la vivienda, la relación con el entorno o la visión del yo. Con todas estas propuestas, podríamos afirmar que el único límite allí presente sobrepasaba incluso el propio cielo, las propuestas que surgieron de sus candentes mentes en continúa ebullición iban más allá de la relación intrínseca e inmanente entre arte y vida.
María Castro Veredas