
La pintura como puente entre la naturaleza y el ser humano
En las obras de Ixone Gil Bengochea hay un silencio que habla, un lenguaje compuesto por elementos que a menudo escapan a una mirada distraída.
Nacida en Esparza de Galar, un pueblo rodeado por la calma rural de Navarra, Ixone se sumergió desde niña en el mundo del dibujo y la pintura. Sin embargo, es solo en los últimos dos años cuando esta pasión se ha convertido en algo más profundo y consciente. Ha expuesto en varias exposiciones colectivas y organizado algunas de ellas, sobre todo en casas de cultura o espacios públicos. A través de su último proyecto, Ixone analiza y narra la relación entre el ser humano y su entorno, un vínculo que, en el presente, parece cada vez más frágil y olvidado.
En sus obras, Ixone nos invita a detenernos, a observar aquello que, aunque diminuto y cotidiano, sostiene nuestras vidas con un peso simbólico inmenso. Sus cuadros celebran la magia de las pequeñas cosas que solemos ignorar: un perro tumbado en el suelo, una planta en el alféizar de una ventana o un fruto maduro puesto encima de una mesa. Este enfoque, que por un lado tiene un aire melancólico, por el otro plantea preguntas esenciales sobre cómo habitamos el mundo y sobre lo que hemos dejado de ver.

En el corazón de la obra de Ixone se encuentra el concepto de “entorno”, entendido no sólo como el espacio físico que nos rodea, sino como ese tejido de relaciones que nos une – o nos separa – del mundo natural. Su interés por la coexistencia entre lo humano y la naturaleza parte de una constatación: en las ciudades, el entorno natural persiste, pero relegado a los márgenes. Por otro lado, en el ámbito rural, Ixone encuentra un vínculo más directo, casi instintivo y primordial, con la naturaleza. Las tradiciones, como colocar plantas en puertas y ventanas para proteger los hogares o la cercanía con los animales domésticos, revelan una relación cargada de significados emocionales y simbólicos. En sus cuadros, la vida rural se despliega con una serenidad que no idealiza, pero que invita a valorar un ritmo de vida más sencillo, casi olvidado en la prisa de la modernidad.
Desde un punto de vista técnico, arriba de las figuras principales emergen manchas y veladuras. Las transiciones suaves y los matices bien elaborados crean una sensación de indefinición, como si cada elemento se fundiera con el espacio que lo rodea. Pintar de esta manera, permite a Ixone aportar en las obras una cualidad etérea y una atmósfera que permite al espectador conectar con el cuadro.
Las manchas, lejos de ser un mero recurso decorativo, constituyen un elemento central del lenguaje artístico de Ixone. Remiten a la pintura de Antonio Lopez en su capacidad de capturar atmósferas, pero también evidencian influencias de artistas como Euan Uglow, Miguel Coronado y David Baird, con quienes comparte afinidades tanto temáticas como técnicas. Inspirándose en las obras de estos creadores, Ixone explora especialmente la integración de planos y volúmenes, mostrando una sensibilidad contemporánea en el tratamiento de manchas y texturas. Todo esto se combina con una notable profundidad emocional, dando como resultado un lenguaje visual que trasciende la representación literal para abrirse a lo poético y lo subjetivo.
Para Ixone, las manchas son una forma de evitar el hiperrealismo y de abrir una puerta a la interpretación subjetiva. Cada espectador puede encontrar en esas áreas de indefinición algo propio, un reflejo de sus propias vivencias y empatizar con las obras. En una invitación a mirar más allá de lo evidente, a encontrar en la pintura no solo una imagen, sino una experiencia emocional o un recuerdo.
En este sentido, las manchas también tienen una función simbólica: representar ese “entorno” del que habla la artista, ese espacio entre las cosas y las personas que, aunque intangible, define nuestras relaciones. En sus cuadros, las manchas pueden ser aire, tiempo, memoria; son lo que une y lo que separa, lo que da vida a lo representado.

Gracias a la técnica muy personal de la artista, cada obra parece respirar, envolviendo al espectador en una sensación de irrealidad que, sin embargo, resulta profundamente familiar. En este juego entre lo concreto y lo etéreo, Ixone logra capturar no solo la apariencia de las cosas, sino también su esencia.
En un contexto artístico donde la relación con la naturaleza suele abordarse desde una perspectiva ecológica, Ixone ofrece una visión diferente. Su obra no pretende denunciar, sino invitar a la reflexión. No hay en ella un discurso moralizante, sino una búsqueda de conexión, un deseo de revelar lo que permanece oculto en lo cotidiano.
A pesar de su corta trayectoria profesional, Ixone demuestra una madurez sorprendente en su enfoque. Su obra no nace del impulso, sino de una reflexión sostenida sobre lo que significa habitar el mundo, sobre cómo nuestras vivencias personales pueden convertirse en un puente hacia lo universal. Esta conciencia se traduce en una propuesta artística coherente y profundamente emocional.
La pintura de Ixone Gil Bengochea no busca deslumbrar con virtuosismo técnico ni imponer un mensaje cerrado. Su objetivo es más sutil, pero no menos ambicioso: recordarnos lo esencial, lo que a menudo pasamos por alto en nuestra prisa por avanzar. Sus cuadros son una pausa, un respiro, una invitación a mirar de nuevo, sin prisa.
En ellos, encontramos la magia de las pequeñas cosas, la belleza de una planta que protege un hogar o la quietud de un perro en el umbral. Pero también encontramos algo más profundo: una conexión con nosotros mismos, con nuestras propias historias y emociones. En un mundo que nos empuja a desconectarnos, la obra de Ixone nos reconcilia con lo simple, lo cotidiano, lo humano.
Su pintura es, en última instancia, una manera de reivindicar la lentitud, la introspección y el valor de las tradiciones, mirando más allá de la superficie. En las manchas que fluyen y las figuras que se desdibujan, Ixone nos recuerda que, a pesar de todo, seguimos formando parte de un todo mayor, un entorno que nos define y nos une.
Martina Villa