
Héctor Zamora paseaba tranquilamente por los pasillos de Albarrán Bourdais a las 7 de la tarde el 12 de septiembre.
Hacía tan solo unas horas se había inaugurado el Madrid Gallery Weekend y el furor y el ambiente artístico en la ciudad no podía ser mayor. Estaba a punto de comenzar y no solo la galería si no las calles estaban abarrotadas de gente ansiosos de ver el evento más interesante del día. El mexicano animaba a cada uno de los participantes de la performance antes de que comenzase la performance. Se dio a voz de salida y entonces… la tranquilidad se transformó en adrenalina. Más de 600 vasijas estaban volando por los aires, pasando de mano en mano de los más de 30 colaboradores. Entraban y salían por las ventanas de la galería. Se palpaba la tensión. Algunas se encontraban al borde de caerse, otras lo conseguían por el ritmo frenético de la acción. Las que no conseguían captar los ojos ante la inmensidad de puntos en los que fijar la mirada eran asimiladas por el oído cuando golpeaban contra el suelo.
La acción del artista mexicano fue todo un éxito. No creo que ninguno de los asistentes quedase indiferente ante la tensión causada por cada una de las vasijas. La referencia a la acción de Ai Wewei resulta más que evidente. El artista chino rompió una urna de la Dinastía Han hace más de 30 años marcando un hito en la Historia del Arte. Héctor Zamora busca una reflexión similar en torno a la complejidad de los procesos de producción de los objetos y el valor que poseen. El artista no busca generar satisfacción cuando se rompen los objetos como los videos virales de ASMR de Internet. Al contrario, cada uno de los añicos de las vasijas genera dolor y tristeza por todo el trabajo que existe detrás del mismo.

Reflexiona en torno a temas mucho más profundos y complejos. En primer lugar, busca recordarnos que los seres humanos no somos máquinas mostrando la posibilidad de fallos en la cadena humana. Además, reflexiona en torno a ideas como la unión del espacio privado y el espacio público mostrando la idea de que el arte no es algo elitista si no que se encuentra mucho más cercano de la gente de lo que ellos mismos creen. La performance traspasa los muros de la galería con la intención de llegar a cualquier transeúnte que se encuentre por allí.
Una vez finalizada la acción se escucha el silencio y la calma. El panorama visible dentro del espacio artístico resulta desolador al mismo tiempo que satisfactorio. El orden y el caos se alinean dentro de cada una de las salas. Mientras que muchas de las vasijas se encuentran esparcidas en distintos puntos de la galería, otras tantas observan impasibles ante lo que acaba de ocurrir. La armonía y la destrucción conviven para generar una imagen abrumadora.
Alejandro Bellanco Guerrero